MARIA JOAQUINA COSTAS: LA POTOSINA AMANTE DEL LIBERADOR
Doña Maria Joaquina Costas
Simón
Bolívar era un incurable mujeriego. Según los compañeros de armas que
acompañaron al Libertador en su campaña emancipadora, éste sostuvo
relaciones íntimas con al menos 17 mujeres de distintos países. Poco le
interesaba si las féminas fueran solteras o casadas, adolescentes o
adultas, pareja de sus oficiales o que en sus venas corriera su propia
sangre; Bolívar no dudaba en desplegar sus armas de conquista ante la
presencia de una dama. Seducían de él su aura de grandeza, su forma de
bailar —era gran danzarín de vals— y el agua de colonia que perfumaba su
cuerpo. El propio Tesoro Nacional de Perú se vio obligado a erogar ocho
mil pesos de sus arcas para pagar la deuda en bálsamos aromáticos que
dejó el venezolano tras su paso por ese país, según describe el
historiador colombiano Héctor Muñoz.
En
las arenas del amor, son célebres los romances que Bolívar mantuvo con
María Teresa del Toro —su única esposa y de quien pronto enviudó—, con
su prima Fanny Du Villars y con Manuela Sáenz. Pero entre la larga lista
de conquistas también surge —envuelta entre el mito y la realidad— el
nombre de una potosina, María Joaquina Costas (en algunos libros aparece
como Costa) y Gandarías. Pocos lo saben, pero el retrato de esta mujer
se encuentra expuesto en el Museo Nacional de Arte.
El lienzo, pintado en 1817 por el peruano Gil de Castro, no es uno más
dentro del repositorio. Es el más apreciado por los funcionarios del
museo, quienes se refieren a ella como “nuestra Gioconda”, en clara
alusión a la obra maestra de Leonardo Da Vinci.
La
belleza de María Joaquina se luce entre los personajes históricos que
pueblan la sala dedicada a las pinturas del siglo XIX. Allí se muestra
imponente; con el rostro ovalado, los ojos soñadores y con esa boca
pequeña con la cual, en octubre de 1825, sedujo al Libertador con el
susurro de cuatro palabras: “Cuidado, general, quieren asesinarlo”
El flechazo
Son
pocos los datos que se tienen sobre los primeros años de María
Joaquina. Sin embargo, su nombre se repite en biografías dedicadas al
Libertador, como las escritas por el argentino José García Hamilton, el
colombiano Héctor Muñoz y los bolivianos Julio Lucas Jaimes y Luis
Subieta.
Costas
era esposa de un importante militar rioplatense, Hilarión de la
Quintana, tío político del Libertador argentino José de San Martín.
Demás está decir que la familia de María Joaquina pertenecía a la alta
sociedad altoperuana, y por esto fue protagonista del triunfal
recibimiento que los potosinos brindaron a Bolívar en 1825.
“Todas las campanas de las iglesias cantaban al unísono. 40 mil habitantes de la ciudad
y sus alrededores seguían encandilados el nervioso trotecillo de la
caballería del Libertador. Una infernal confusión de músicas nativas
atronaban en el aire mientras Bolívar ingresaba bajo arcos de plata y
florecillas silvestres. (…) Le rociaron agua bendita y le condujeron a
un sillón ricamente forrado en terciopelo”, se lee en Tiempo de Bolívar,
de Jacobo Libermann. Pronto, 12 ninfas se acercaron al venezolano y le
obsequiaron coronas de rosas y laureles y una bella mujer le entregó un
ramo de flores, mientras le mascullaba la advertencia del complot para
asesinarlo. Era la voz de María Joaquina, quien le explicó que el jefe
de la intriga era su tío, el oficial español León de Gandarías.
“Simón
se enterneció ante el interés manifestado por la muchacha, la envolvió
con palabras galantes, giró con ella alegremente al compás de la música
y, a la madrugada, la condujo a sus habitaciones. (…) El nuevo romance
le despertó la coquetería y una mañana, al advertir que empezaban a
aparecerle canas en la barba, decidió afeitarse el bigote y las
patillas”, se lee en la biografía novelada Simón. Vida de Bolívar, de
García Hamilton. El Libertador permaneció siete semanas en Potosí,
tiempo en que mantuvo la clandestina relación con Costas, quien no veía a
su ausente marido hacia tres años, ya que éste se encontraba en campaña
con el ejército chileno.
La
relación terminó cuando Bolívar partió hacia Chuquisaca, donde tomó
como amante a Benedicta Nadal. Enamorada, Costas envió una serie de
cartas a su amante. En una de las misivas le anunció su embarazo. El
venezolano respondió inmediatamente. “Como hombre de mundo y como
militar de talento debo confesar y ratificar mi pecado. La lucha interna
fue enorme y Cupido derrotó a Marte en buena ley, pero el botín de ese
combate debe reservarse en lo más profundo de nuestros corazones, pues
si no, ¿qué sería de ambos? No se deje amedrentar y diga usted que mis
visitas a su casa fueron nocturnas por algún pretexto. Seguiré de cerca
el desenlace y a fuer (sic) de Bolívar y Palacios, pondré a buen recaudo
su honra y mi conducta”, se lee en el libro de García Hamilton.
Cuando
Bolívar supo en Perú el nacimiento de su hijo, quiso conocerlo y
comisionó al general José Miguel de Velasco para que condujera a María
Joaquina y a su hijo hasta la Quinta de la Magdalena, cerca de Lima. El
encargo se cumplió con todo secreto para que no se enterara el esposo de
Costas. Sin embargo, De la Quintana conoció el hecho y, meses después,
abandonó a su mujer.
La casa de Doña Maria Joaquina Costas
María
Joaquina bautizó a su vástago José Costas. “Era uno de los jóvenes más
elegantes de su tiempo y ejemplo de la muchachada culta. En cualquier
reunión familiar cautivaba a la concurrencia con su guitarra y su voz.
Su madre vivía en una casa modesta en Potosí y se dedicaba a fabricar
disfraces para las fiestas religiosas”, asegura el colombiano Héctor
Muñoz. En 1855, la potosina dirigió el colegio de niñas Santa Rosa.
Pidió una pensión al gobierno boliviano, que se le negó; y otra al
gobierno argentino, que se la concedió, pero llegó poco después de su
muerte. José se dedicó a los trabajos campestres en el pueblo potosino
de Caiza, donde contrajo matrimonio con Pastora Argandoña. En su partida
de casamiento decía que era hijo natural de María Joaquina Costas y de
Simón Bolívar.
Descendiente
En
1975, el periódico español ABC publicó un reportaje sobre el linaje de
Bolívar. En la nota se señala la existencia en Bolivia de un
descendiente del Libertador. Se trata de Elías Costas Barrios —entonces
de 81 años—, quien vivía en Caiza. Sin embargo, la mayoría de los
historiadores bolivianos niega la existencia de descendientes de Bolívar
en el país e incluso la veracidad del romance entre Bolívar y Costas.
Fuera
de la controversia, sólo bastan unos segundos frente al retrato de
María Joaquina para que resurja el susurro de su voz, rescatado por el
escritor nacional Julio Lucas Jaimes. “En su lecho de muerte, María
Joaquina hizo llamar al presbítero Ulloa, a quien le expuso lo
siguiente: ‘Deseo y pido que no sea separado de mi cuerpo en la tumba
este relicario que lleva el busto del Libertador y que me fue ofrecido
por él mismo en prenda de amor y agradecimiento, por haberle salvado la
vida en la noche solemne de la subida al Cerro (Rico de Potosí).
No
vacilé ni un momento en sacrificar mi honra a mi pasión y a mis deberes
de patriota, evitando que fuera aquel grande hombre indignamente
asesinado en su lecho. Pedí luego dinero y salvoconducto para aquellos
conjurados y Bolívar fue con ellos grande y generoso como en todo. Dios
le haya premiado y me perdone a mí esta única falta grave de mi vida que
siempre consagré al bien de mis semejantes y al recuerdo de Bolívar, mi
único y solo amor en el mundo’”.
Texto: J.B. Nota publicada en la revista Escape
No es por nada, pero entre los grandes hombres hubieron muchos mujeriegos!!!
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