domingo, 14 de junio de 2015

POTOSI UN PASEO POR LA VILLA IMPERIAL.

POTOSI UN PASEO POR LA VILLA IMPERIAL.

Capitulo I
LA LLEGADA.

La llegada al atardecer desde Sucre, después de una larga subida hacia la ciudad, nos produce una sorpresa al descubrir la gran mole del Cerro Rico, con sus atractivos colores rojos, amarillos, ocres, verdosos y marrones, tan diversos y a la vez tan entonados, creándose un paisaje artificial a su medida.
La proporción de la ciudad a sus pies encaja en la escala territorial que crea el Cerro sobre su ladera. Su color, el de la ciudad, se identifica en la unidad deseada con el Cerro, destacando ese continuo tintineo visual que producen las numerosas cubiertas de calamina reflejando a esa hora los rayos del sol de poniente.
El conocido cuadro de Gaspar de Berrío no recoge la rica realidad existente al ser una visión tan descriptiva y detallada. Su mirada longitudinal de la ciudad del siglo XVIII define tanto el detalle que nos recrea un paisaje inexistente. Con el Cerro Rico y las lagunas como fondo, en ella se pierden las matizaciones, mezclas de color, reflejos y contraluces que empastan la realidad de ese vacío artificial creado entre la ciudad y el Cerro. En realidad, la ciudad no se encuentra a sus pies sino que se } confunde con él, con su cuerpo.
Sin embargo, desde nuestra ubicación vemos la sección y comprobamos que la operación territorial está consumada. Se advierte la presencia de un sistema constructivo, hoy oculto, en la trastienda de esta escenografía que se presenta al visitante.
La Ribera de los Ingenios articula un sistema de lagunas con el Cerro y la malla colonial, apareciendo el pentagrama en blanco sobre el que se escriben luego las notas de esta partitura visual. En ella los silencios, los vacíos, son más importantes que los acordes.

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